martes, 22 de febrero de 2011

La zorra y el busto


Dijo la Zorra al Busto,
Después de olerlo:
«Tu cabeza es hermosa, 
Pero sin seso»
 
Como éste hay muchos,
Que aunque parecen hombres, 
Sólo son bustos.

El león vencido por el hombre


Cierto artífice pintó
una lucha, en que valiente 
un Hombre tan solamente 
a un horrible León venció. 
 
Otro león, que el cuadro vio, 
Sin preguntar por su autor, 
en tono despreciador 
dijo: «Bien se deja ver 
que es pintar como querer, 
y no fue león el pintor.»

El águila y el escarabajo


«Que me matan; favor»: así clamaba 
una liebre infeliz, que se miraba
en las garras de una Águila sangrienta. 
 
A las voces, según Esopo cuenta, 
acudió un compasivo Escarabajo;
y viendo a la cuitada en tal trabajo, 
por libertarla de tan cruda muerte, 
lleno de horror, exclama de esta suerte: 
 
«¡Oh reina de las aves escogida!
¿Por qué quitas la vida
a este pobre animal, manso y cobarde? 
¿No sería mejor hacer alarde
de devorar a dañadoras fieras,
o ya que resistencia hallar no quieras, 
cebar tus uñas y tu corvo pico
en el frío cadáver de un borrico?»
 
Cuando el Escarabajo así decía, 
la Águila con desprecio se reía,
y sin usar de más atenta frase, 
mata, trincha, devora, pilla y vase. 
 
El pequeño animal así burlado 
quiere verse vengado.
En la ocasión primera
vuela al nido del Águila altanera, 
halla solos los huevos, y arrastrando, 
uno por uno fuelos despeñando; 
mas como nada alcanza
a dejar satisfecha una venganza, 
cuantos huevos ponía en adelante 
se los hizo tortilla en el instante. 
 
La reina de las aves sin consuelo, 
remontaba su vuelo,
a Júpiter excelso humilde llega, 
expone su dolor, pídele, ruega 
remedie tanto mal; el dios propicio, 
por un incomparable beneficio,
en su regazo hizo que pusiese 
el Águila sus huevos, y se fuese; 
que a la vuelta, colmada de consuelos, 
encontraría hermosos sus polluelos. 
 
Supo el Escarabajo el caso todo: 
astuto e ingenioso hace de modo 
que una bola fabrica diestramente 
de la materia en que continuamente 
trabajando se halla,
cuyo nombre se sabe, aunque se calla, 
y que, según yo pienso,
para los dioses no es muy buen incienso. 
 
Carga con ella, vuela, y atrevido
pone su bola en el sagrado nido. 
Júpiter, que se vio con tal basura, 
al punto sacudió su vestidura, 
haciendo, al arrojar la albondiguilla, 
con la bola y los huevos su tortilla. 
 
Del trágico suceso noticiosa, 
arrepentida el Águila y llorosa 
aprendió esa lección a mucho precio:
a nadie se le trate con desprecio, 
como al Escarabajo,
porque al más miserable, vil y bajo, 
para tomar venganza, si se irrita, 
¿le faltará siquiera una bolita?
l

La codorniz

 
Presa en estrecho lazo 
la Codorniz sencilla, 
daba quejas al aire, 
ya tarde arrepentida. 
 
«¡Ay de mí miserable 
infeliz avecilla,
que antes cantaba libre, 
y ya lloro cautiva! 

Perdí mi nido amado, 
perdí en él mis delicias, 
al fin perdilo todo, 
pues que perdí la vida. 
 
¿Por qué desgracia tanta? 
¿Por qué tanta desdicha? 
¡Por un grano de trigo! 
¡oh cara golosina!»
 
El apetito ciego
¡a cuántos precipita, 
que por lograr un nada, 
un todo sacrifican!


El muchacho y la Fortuna


 
A la orilla de un pozo,
sobre la fresca yerba, 
un incauto Mancebo 
dormía a pierna suelta. 
 
Gritóle la Fortuna: 
«Insensato, despierta; 
¿no ves que ahogarte puedes, 
a poco que te muevas?
 
Por ti y otros canallas 
a veces me motejan, 
los unos de inconstante, 
y los otros de adversa. 
 
Reveses de Fortuna 
llamáis a las miserias; 
¿por qué, si son reveses 
de la conducta necia?»

La cigarra y la hormiga

Cantando la Cigarra
pasó el verano entero,
sin hacer provisiones
allá para el invierno;
los fríos la obligaron
a guardar el silencio
y a acogerse al abrigo
de su estrecho aposento.

Viose desproveída
del precioso sustento:
sin mosca, sin gusano,
sin trigo, sin centeno.
 
Habitaba la Hormiga
allí tabique en medio,
y con mil expresiones
de atención y respeto
la dijo: «Doña Hormiga,
pues que en vuestro granero
sobran las provisiones
para vuestro alimento,
prestad alguna cosa
con que viva este invierno
esta triste cigarra,
que alegre en otro tiempo,
nunca conoció el daño,
nunca supo temerlo.

No dudéis en prestarme;
que fielmente prometo
pagaros con ganancias,
por el nombre que tengo.»
 
La codiciosa hormiga
respondió con denuedo,
ocultando a la espalda
las llaves del granero:
«¡Yo prestar lo que gano
con un trabajo inmenso!
Dime, pues, holgazana,
¿qué has hecho en el buen tiempo?»

«Yo, dijo la Cigarra,
a todo pasajero
cantaba alegremente,
sin cesar ni un momento.»
«¡Hola! ¿conque cantabas
cuando yo andaba al remo?
Pues ahora, que yo como,
baila, pese a tu cuerpo.»

El asno y el cochino

Oh jóvenes amables,que en vuestros tiernos años

al templo de Minerva dirigís vuestros pasos,

seguid, seguid la senda en que marcháis, guiados,

a la luz de las ciencias, por profesores sabios.


Aunque el camino sea, ya difícil, ya largo,

lo allana y facilita el tiempo y el trabajo.

Rompiendo el duro suelo, con la esteva agobiado,

el labrador sus bueyes guía con paso tardo;

mas al fin llega a verse, en medio del verano,

de doradas espigas, como Ceres, rodeado.


A mayores tareas, a más graves cuidados

es mayor y más dulce el premio y el descanso.

Tras penosas fatigas, la labradora mano

¡con qué gusto recoge los racimos de Baco!

Ea, jóvenes, ea,seguid, seguid marchando

al templo de Minerva, a recibir el lauro.


Mas yo sé, caballeros, que un joven entre tantos

responderá a mis voces:

no puedo, que me canso.

Descansa enhorabuena;

¿digo yo lo contrario?

Tan lejos estoy de eso, que en estos versos trato

de daros un asunto que instruya deleitando,

los perros y los lobos, los ratones y gatos,

las zorras y las monas, los ciervos y caballos

os han de hablar en verso, pero con juicio tanto,

que sus máximas sean los consejos más sanos.

deleitaos en ello, y con este descanso,

a las serias tareas volved más alentados.


Ea, jóvenes, ea.

Seguid, seguid marchando

al templo de Minerva, a recibir el lauro.

Pero ¡qué! ¿os detiene el ocio y el regalo?

Pues escuchad a Esopo, mis jóvenes amados:


Envidiando la suerte del Cochino,

un Asno maldecía su destino.

«Yo, decía, trabajo y como paja;

él come harina, berza, y no trabaja:

a mí me dan de palos cada día;

a él le rascan y halagan a porfía.»

Así se lamentaba de su suerte;

pero luego que advierte

que a la pocilga alguna gente avanza

en guisa de matanza,

armada de cuchillo y de caldera,

y que con maña fiera

dan al gordo Cochino fin sangriento,

dijo entre sí el jumento:

«si en esto para el ocio y los regalos,

al trabajo me atengo y a los palos.»